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jueves, 26 de marzo de 2009

Y donde queda el séptimo mandamiento


Corrupción, es un estado metal, es una palabra, una acción, una omisión, una conducta, en fin, es algo que desafortunadamente ya es cultural, un mal habito que se esconde tras un uniforme o un puesto gubernamental. Venezuela no es la excepción, es un hecho que el venezolano común debe aprender a lidiar con este cáncer, que ha manchado todas las esferas sociales.

Para tramitar un documento, evadir una multa de tránsito, el sobreprecio de una obra pública, la comisión por asignación de un contrato del estado, la desviación de fondos, y hasta financiar infraestructuras en el extranjero en detrimento de tus conciudadanos, eso es corrupción; y se es corrupto cuando se obtiene beneficio por hacerlo, por cómplice y al final por dejarse ser sobornado.

El catálogo de corruptelas es sumamente extenso, como para ser descrito, pero no está demás decir, que este mal es global y no tiene limitaciones de fronteras, de credos, ni mucho menos de ideologías, sólo basta codicia y facilismo, como para empezar una red de corrupción interminable. A esto se le añade leyes con vacíos y sistemas complejos, que ahogados en favores se hacen cómplices mudos del delito.

La creación de leyes e impuesto sólo lleva a que esa discrecionalidad de quienes la ejecutan, sea la mejor arma para enriquecerse, no es raro conocer un funcionario que no pueda ocultar su opulencia y que de paso no exista tribunal que lo juzgue.

RECADI, Vinicio Carrera, El Sierra Nevada, el CAAEZ, el maletín de dólares, son sólo, un cuento de pasillo sin culpables. Es triste reconocer que los venezolanos nos hemos acostumbrado a la corrupción, tanto como por aceptar, que para tramitar un documento es permisivo tener que pagar ese algo más, para facilitar las cosas.
¿Será que podremos algún día acabar con este círculo vicioso?

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